Los trastornos de ansiedad en los niños se constituyen como una de las principales patologías psiquiátricas que afectan a la población infantil. Si bien comparten la sintomatología del adulto, presentan variaciones en sus manifestaciones clínicas dependiendo de la etapa del desarrollo en la que se encuentra el niño. Su origen es multifactorial e involucran tres áreas principales la biológica, el ambiente y el tipo de crianza.
Una de las diferencias principales es que las y los menores no buscan atención por sí solos, son los padres quienes deciden si sus manifestaciones deben de ser tratadas o no. En ocasiones la o el niño no logra expresar verbalmente como se siente y mucho menos identificar el porqué, esto hace que se retrase o no se busque una atención especializada.
El espectro de trastornos de ansiedad en la infancia es amplio y comparte sintomatología tales como: miedo, vergüenza, preocupación, respuesta exagerada a estímulos del ambiente, crisis de angustia, pérdida del autocontrol, evitación de situaciones en donde pudieran sentirse más ansiosos o vulnerables (escuela, eventos sociales) y distorsiones cognitivas importantes, una de ellas el pensamiento catastrófico reverberante, que se caracteriza por “rumiación” de alguna idea que genera preocupación excesiva al imaginar escenarios catastróficos que se pudieran presentar ante una situación o algún tipo de retroceso en sus hitos del desarrollo.
De igual forma es común que la ansiedad en los niños tenga manifestaciones físicas intermitentes entre las que se encuentran dolor abdominal, dolores de cabeza, cansancio, falta de atención y de concentración, síntomas que a pesar de ser tratados por el médico pediatra no ceden al tratamiento habitual. Actualmente existe información suficiente que sustenta el vínculo de la sintomatología gastrointestinal, neurológica y dermatológica en niños con trastornos de ansiedad. Sin embargo, es frecuente que ocurran retrasos o se evite abordar esta sintomatología de manera integrativa que incluya la atención por parte de personal de salud mental infantil, a menos que los menores presenten problemas evidentes en su rendimiento académico que obliga a buscar ayuda de estos profesionales
El escenario que vivimos hoy ante la pandemia por COVID-19 ha generado situaciones nuevas y particulares en la experiencia de vida diaria de niños y padres. Se reconoce que el confinamiento genera estrés importante en los seres vivos. En las personas, los factores relacionados con la estructura familiar, el tipo de comunicación de la familia, el establecimiento de roles, limites definidos, son aspectos que si no llevan de una manera asertiva, pueden aumentar la posibilidad de conflictos en el hogar. A esta situación ya de por si compleja hay que sumar los factores económicos, laborales y sociales que están afectando a los padres, que pudieran llegar a sentirse abrumados ante la exigencia en cumplir con sus responsabilidades subyacentes a su roles. Es por esta razón que hemos observado recientemente un incremento en la violencia intrafamiliar e inicio y/o agravamiento de padecimientos en el área de salud mental.
¿Qué pasa con la población infantil con el confinamiento? Se les ha limitado la interacción con sus pares, área fundamental para el desarrollo infantil, al no poder acudir a la escuela y otras actividades recreativas que realizaban de forma cotidiana, también han reducido sus salidas y sus actividades de convivencia familiar fuera del hogar, asi como sus visitas a su familia extensa , esto es muy importante ya que uno de los desencadenantes comunes en la ansiedad infantil es la separación de aquellas personas a las que los menores son afines emocionalmente como sus abuelos, tíos, primos maestros, compañeros de escuela, e incluso a alguno de sus padres en caso de que estén separados o por causa de la contingencia uno de ellos deba salir del hogar por su trabajo en un servicio de carácter prioritario.
La percepción del niño suele ser de abandono, miedo, soledad, enojo, tristeza desencadenando cambios en su conducta como el mostrarse irritable, sensible, buscar actividades donde pueda disociarse de lo que ocurre (videojuegos), y la pérdida de algo ya logrado en su desarrollo como miedo a la oscuridad, pérdida del control de esfínteres, retroceso en el proceso de lenguaje, lecto-escritura, alteración del sueño, apetito y conductas evitativas o disruptivas.
Es fundamental recordar que las niñas y los niños siempre están escuchando y aprendiendo de lo que ocurre a su alrededor, por lo que la familia les provee la información sobre como enfrentan y procesan esta situación.
Por estas razones, los médicos y otros profesionales como pedagogos y psicólogos deben contar con información actualizada para la detección oportuna de este y otros trastornos que se presentan durante la infancia, ya que de no ser tratados en forma oportuna pueden producir repercusiones en el desarrollo del niño, con comorbilidades que hacen presentes durante la adolescencia como autolesionarse, ideación suicida, consumo de drogas y conductas de riesgo, y trastornos afectivos graves en la edad adulta que afectan su vida emocional, social y laboral.
Los nuevos modelos de enseñanza y distanciamiento social se deben abordar con las y los niños para que se sientan en un ambiente seguro, estructurado y logren desarrollar herramientas para que esta etapa y la transición a la “nueva normalidad “ sea lo menos estresante para ellos.
Bibl. Dra Cadena